domingo, 6 de octubre de 2013

El ejemplo que nos dan los hijos

Hace tiempo que tengo este tema rondándome en la cabeza y a medida que los días pasan, se me instala con más fuerza en el marote, o sea, o la saco o reviento, y como no quiero reventar, la saco.
Desde hace más o menos 3 meses me está tocando ver de cerca como muchas veces los intereses, frustraciones y conflictos de los adultos afectan a nuestros hijos y creo que eso no está bien.
Muchas veces los adultos discutimos, tenemos diferencias por cosas que afectan a nuestros hijos, pero como somos adultos y se supone que sabemos separar las cosas, no está bueno involucrarlos y azuzarlos como a perros de pelea para que ellos se distancien de sus amigos y compañeros a quienes quieren, por cosas que los adultos no sabemos resolver, porque somos más inmaduros que nuestros hijos.
Son demasiadas las veces que los niños nos dan ejemplos de grandeza, de amor, de solidaridad y de espíritu deportivo que tendríamos que aprender a mirar a través de los ojos de nuestros hijos y dejarnos de joder con escribanos, colacionados y pelotudeces por el estilo porque “no me gusta su cara” o “me dijeron que” y no tuve la decencia de preguntar de frente y con calma si lo que me dicen es cierto, porque no se me da la gana de reconocer los valores de otra persona porque no me cae bien.
Es una vergüenza que los adultos insten a sus hijos a alejarse de sus pares, porque los padres son unos estúpidos que no pueden portase como personas civilizadas; es vergonzoso ver padres poner en manos de sus hijos piedras y cascotes para agredir a sus compañeros; es indignante ver a madres de familia agarrarse de las mechas e insultarse como prostitutas portuarias; todo esto porque no somos capaces de portarnos como gente de bien y terminamos siendo un cachivache mal parido con cero madurez y nada de educación.
No puede ser que no podamos conversar sin agredirnos, no es posible que seamos tan cabeza dura que, cuando nos equivocamos, no tengamos la grandeza de reconocer nuestros errores y  pedir disculpas, de dejar atrás los rencores y avanzar en un camino donde las diferencias nos enriquecen y como dice Fito Páez, “el amor es más fuerte”; el amor a nuestros hijos, el amor al que recibí en mi casa y me recibió en la suya, el amor al prójimo que ayuda a crecer y no pretende destruir.
En los últimos tiempos aprendí que a mayor orgullo, menor dignidad; cuando el orgullo se me sube a la cabeza la dignidad se me baja al trasero y adquiere calidad de materia fecal.
Mi lucha diaria es por ser buena persona, por ser un ser humano que piensa y que tiene sus propias ideas. Ojo, eso no impide que de vez en cuando sea manipulada, porque como soy una mina que cree en la justicia y encima cuando me caliento con algo que creo que es injusto me llevo el mundo por delante y ahí quedo, estrellada como un huevo frito, más sola que la una, porque todos los imbéciles sin agallas que me dijeron “dale, hablá, poné la cara que te apoyamos”, huyen como ratas en un naufragio.
No me quejo, porque en esos berenjenales me meto solita, pero me da como para analizar hasta que punto me juego por personas que lo único que hacen es quejarse en los pasillos pero a la hora de la verdad no son capaces de defender cuanto piensan.
Es hora de asumir nuestra condición de adultos, es hora de aprender de los chicos, es hora de crecer , de analizar, de evaluar, de tomar conciencia que nuestros hijos son el reflejo de lo que somos y, si nosotros nos portamos como desecho cloacal, ellos serán, como mínimo, Laguna Cateura.