Hace unos días
hablaba con alguien sobre las cosas que hay que contar a los hijos, lo que hay
que mostrar a los hijos, lo que nuestros hijos escuchan sobre nosotros y la
opinión que ellos pueden, o no, tener de nosotros.
Como dice Pilar
Sordo, nosotros somos la generación del TEMOR, temíamos a nuestros padres y hoy
tememos a nuestros hijos, el problema es que también somos la generación del
DESCONOCIMIENTO, no hemos tenido suficiente información de nuestros padres para
conocerlos a fondo, y nos cuesta conseguir la información necesaria para
conocer a profundidad a nuestros hijos.
Si tenemos la
fortuna de tener una comunicación fluida con nuestros hijos, cosa que no la
tenemos todos ni con todos nuestros hijos, por cuestiones de afinidad,
competencia, etc., tenemos una perspectiva más o menos clara de quienes y qué
son nuestros hijos.
Nosotros somos la
generación de la lectura, donde había que “leer” a las personas e “interpretarlas”,
como con un libro, y asumamos, nuestros padres, en general, nos daban la mínima
información posible y nosotros tampoco nos esforzábamos por informar más allá
de lo que considerábamos absolutamente necesario para una supervivencia
familiar cómoda.
Con nuestros
hijos la cosa es distinta, ellos nacieron en la época del audiovisual, las
computadoras y los teléfonos celulares, ellos no precisan “leer e interpretar”
y nosotros nos hemos vuelto más abiertos en nuestro rol de padres, de tal
manera que ellos nos “ven” tan claramente como una película y sólo tienen que
interpretar los pequeños detalles, para nuestros hijos somos transparentes, lo
cual, desde mi óptica, es bueno, ya que no se conforman con lo que escuchan o
con lo que “leen”; ellos miran y observan, saben perfectamente que teclas tocar
para conseguir lo que quieren.
Así mismo, saben
perfectamente quienes y qué somos, sin importar la información que terceros les
aporten, nuestros hijos observan cada minuto de nuestra vida, nuestro accionar;
ellos son jueces implacables de sus padres y la evidencia que usan es lo que
ven en nosotros y saben perfectamente, cuando nos preguntan algo, si la
información que nosotros compartimos con ellos es real o es una falacia.
Esto nos pone a nosotros
los padres en una posición que nos obliga a ser honestos con ellos y nosotros
mismos, ya los secretos no tienen cabida, y cuando la tan temida pregunta
llega, sea cual fuere ésta, estamos obligados a decir la verdad, porque si
mentimos u ocultamos ellos lo sabrán…, aunque nosotros no lo queramos.
También así habrá
cosas, sobre nosotros los padres, que nuestros hijos deberán conocer de nuestra
boca, porque no perdonarán la mentira u ocultamiento. Nuestros hijos, si fueron
educados dentro de la honestidad y la sinceridad, sabrán perdonar y entender
todas esas cosas que nosotros, sus padres tememos tanto contar, porque ellos ya
lo llevan viendo hace mucho en nosotros; nuestros hijos saben mejor que
nosotros mismos quienes y qué somos, tienen la película clarísima y es un inmenso
error pensar que ellos “no saben nada”, o que podemos ocultarles aquello que
nos atormenta, o nos hace felices.
Hace poco, mi hija
de 11 años me hizo una pregunta muy concreta, una de esas “temidas” preguntas,
y realmente sentí que la única respuesta posible era la sinceridad, aun a
riesgo que no le gustara mi respuesta, sentí que tenía que jugarme el todo por
el todo con ella, y respondí con sinceridad a su pregunta…, ella aceptó mi
respuesta y yo me quité un mundo de sobre mis hombros, si algún día quiere
reprocharme algo con relación al tema, pues veremos cómo se encara…, un paso a
la vez, un día a la vez.