jueves, 12 de julio de 2012

Del fanatismo y la condición de corderos

El domingo se jugó el clásico de fútbol Olimpia-Cerro, locura desatada y fanatismo a full, las calles estaban llenas de gente que celebraba, disparaba petardos, se peleaba y empuñaba armas. Después se escucharon por TV los comentarios poco felices de un dirigente futbolístico hablándole a otro.
Me aterra el fanatismo en cualquier área, la gente que piensa que un equipo de fútbol es mejor que otro y por éso se puede andar arengando a la gente a que haga barbaridades; la gente que concurre a una iglesia o grupo religioso y piensa que cualquier pensamiento diferente del suyo no vale nada y sólo ellos tienen la verdad. Personas que apoyan a un partido político sin cuestionar nada, sin pensar que, en ese partido político hay gente que roba a mansalva y que con su apoyo seguirán robando.
Se supone que vivimos en una época de comunicación, de acceso a la cultura como nunca antes, y sin embargo seguimos dejándonos arrastrar como corderos, seguimos permitiendo que nos digan como pensar y como debemos vivir.
Estoy leyendo un libro de Vargas Llosa sobre la vida de Paul Gauguin y admiro la manera, casi salvaje, que Paul Gauguin fue capaz de sacudirse los mandatos sociales de su época para ir a hacer lo que él quería, para vivir como le gustaba. Indudablemente se mandó unas cuantas cagadas y algunas enormes, pero hay que reconocerle la valentía de pensar por si mismo, de vivir como él quería y donde él quería. Cortó cadenas, cambió una vida cómoda por la locura y el desenfreno, no se dejó guiar por lo que otros decían.
No propongo tirar todo por la borda, como lo hizo Gauguin, pero sí mirar la vida con ojos propios, con criterio propio y obrar en consecuencia.
Considero que a estas alturas de mi vida, lo que me pueda decir un dirigente político, deportivo o religioso, tiene que pasar por el cedazo de mi criterio y analizar sin pasiones antes de tomar decisiones.
Tengo la obligación de culturizarme, de leer, y sobretodo, como dice Mario Benedetti, entrar en contacto con cosas que comprometan mi pensar. En una época, en la cual la información está al alcance de la mano, que no es más costosa que una conexión a Internet, no me puedo quedar con las palabras y los criterios de otro.
Soy madre de familia, tengo hijos a quienes tengo la obligación de enseñarles que, aunque sea menos cómodo pensar por si mismos, es necesariamente mejor que ser arrastrados por los intereses de los demás.
Aspiro a un mundo mejor, a  un mundo de personas libres donde cada uno piense, analice, respete y tolere sin fanatismos, sin las limitaciones que da la ignorancia. Aspiro a un mundo en el cual asumamos que la universidad no acorta orejas, sólo da un título universitario; un mundo donde los conocimientos y las capacidades reales no sean menos porque no estén avalados por un título universitario.
Conozco sicólogos, docentes y pedagogos que saben menos de sicología, docencia y pedagogía que cualquiera de mis amigas madres de familia. Personas fueron a la facultad y tienen un cartón colgado en la pared y sin embargo no aprendieron a pensar por si mismas, a analizar, a cuestionar y a sacar conclusiones propias.
Si no empezamos a enseñar a nuestros hijos a pensar, a no quedarse solamente con lo que un maestro, un pastor, catequista, sacerdote, político o dirigente deportivo les dice, nos iremos de este mundo sin haber aportado nada, dejándolo como lo encontramos y nuestra vida no habrá tenido sentido ninguno.

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